jueves, 29 de marzo de 2012

La huelga

Hoy los coches circulan a un ritmo distinto, como si nadie tuviera prisa. La circulación es más armoniosa. El tráfico tiene un tono de calma y tranquilidad que no es habitual.

 Quizá sea esta una de las pocas enseñanzas que podemos sacar de la huelga: vivimos en un estado permanente de crispación; de tensión interior. Este estado no tiene una fuente o una causa concreta. Es simplemente un hábito común que realimentamos de unos a otros a lo largo de nuestros encuentros.

 Hoy en cambio la presión ha desaparecido para la mayoría de nosotros. No tenemos nada que ganar o que perder en esta huelga. Nada que dependa exclusivamente de nosotros.

 La crispación ya no se encarna en cada uno de nosotros y nos es posible en todos los ámbitos, en todas las actividades de nuestra vida, circular de repente sin prisa, sin presión.
 Ser conscientes por una vez de cómo el Sol nos calienta y lo penetra todo (penetra a través de los vidrios de nuestros coches, a través de los tejidos de nuestras camisas).

 Entregarse a la gozosa pereza de sentir, de dejarse penetrar por todos los poros, de bañarse en esta nube calmada y espumosa es, quizá, el máximo aprendizaje que podemos esperar en este día.
 Calma; tranquilidad; vivir el momento presente en vez del pasado, en vez de la aprensiva prefiguración del futuro, en vez de la tensión de luchar con el presente para influir ese futuro.
[Las revoluciones que más consiguen son las revoluciones tranquilas. La guerra y la crispación no conducen a cambios reales. Sólo desde la asunción tranquila del presente pueden desactivarse los mecanismos que nos esclavizan.]

 Quizá no se pueda ya desactivar el mecanismo que llevará a esta bullente humanidad al fracaso más estrepitoso; al estallido de destrucción y muerte; al caótico derrumbe que nos lanzará al abismo a todos nosotros y a nuestras plantas y animales, a todos aquellos que El Dios, si existe, o la Madre Naturaleza, que sí parece existir, puso en este pequeño bote de vela. Y si es así y ya es tarde; si ya no hay remedio y estamos indefectiblemente abocados a la muerte multitudinaria y violenta, al final catastrófico de nuestra civilización; de casi todos nosotros y de casi todos nuestros hermanos menores, ...no me extraña entonces que asustados cubramos nuestros ojos, que tapemos nuestros oídos, que interrumpamos el libre curso del logos para no sentirnos conscientes de aquello de lo que ¡ay! somos en el fondo tan claramente conscientes...

 Jornada de huelga....

 Es jornada de reflexión para aquellos que precisamente no hacen huelga. Jornada de percepción de una realidad otra, que parece otra, pero que en el fondo es la realidad sobre la que inscribimos nuestros constructos cotidianos.

 Percibir la esencia del mundo (en realidad sólo un nivel más profundo); desactivar del pensamiemto de cada día, de este día concreto, la urgencia de los gestos de supervivencia, es un privilegio concedido a algunos más que aquellos precisamente que siguen la huelga.


4 comentarios:

  1. Qué maneras tan distintas de vivir aquella jornada de huelga que ahora queda ya un tanto lejana en el tiempo.

    Pero de todas tus reflexiones me quedo con esta: "Sólo desde la asunción tranquila del presente pueden desactivarse los mecanismos que nos esclavizan". Empiezo a preguntarme cómo se hace para asumir tranquilamente el presente, porque son muchos los momentos en que me siento esclava y no es una sensación en absoluto agradable.

    Un beso!

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  2. a) Estoy oxidado como escritor y temo no haber sabido expresar adecuadamente las sensaciones que viví ese día. Gracias a que has leído entre líneas me siento comprendido.

    b) Es curioso cómo abordas la cuestión: introduces un tercer nivel de discurso desde el que contemplas mi comentario (2º nivel, "qué se puede hacer") sobre un hecho simple de la vida (asumir el presente)
    Asumir tranquilamente el presente debería ser casi inmediato:
    1º) asumir el presente
    2º) hacerlo tranquilamente (quiere decir algo así como resistirse a que nos altere lo que sea que veamos en esa "contemplación")

    Si sentirse esclavo no es una sensación agradable es fácil que nuestra "introspección" termine ahí (nos sacudimos el mal rollo con un estremecimiento y seguimos nuestra vida...)
    ¿pero... verdad que no es eso lo que queremos?

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  3. Te pongo un ejemplo concreto. Estos días tengo que dedicarlos a una serie de tareas que no me apetecen en absoluto. Algunas de ellas, incluso, me producen un insufrible aburrimiento que me deja después una enorme sensación de vacío. Soy una persona responsable y no puedo eludir esas tareas. Para muchas personas es importante que yo las haga. Bien, mi presente son esas tareas. Trato de asumirlo, pero no puedo hacerlo con tranquilidad. Estoy de mal humor, no dejo de pensar en las cosas que podría hacer de no tener que invertir estas horas de mi vida en eso que no me apetece hacer. Me siento, en efecto, una esclava que no tiene más remedio que dejar de lado sus deseos para cumplir con sus obligaciones.

    A todo ello se refería mi pregunta. No consigo que no me altere esa necesaria asunción del presente.

    Y no, yo prefiero sentirme mal a anestesiarme. Ahora, ¿qué diferencia habría entre la tranquila asunción del presente y la anestesia?

    Más besos!

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  4. Creo que si las tareas te aburren, si no consigues disfrutarlas mientras las haces, no deberías hacerlas. La vida es demasiado jodida de natural para hacernos daño conscientemente. Búscate un substituto y que las haga él -hay frikis para todo- y tú dédicate a cosas más elevadas ;-)

    Con la tranquila asunción del presente descubres el mundo en el que estás y tienes acceso a las herramientas que te permiten modificarlo o escapar de él. Con la anestesia te anestesias. )-:

    ¡Je! Yo también prefiero sentirme mal a anestesiarme.

    Y además, lo hago mucho.



    Las dos cosas.







    (besos)

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